jueves, 18 de marzo de 2010

CAPÍTULO 14 (PARTE1)

Nunca piensas que va a pasar algo así. Y es extraño, porque es muy posible, es decir, a millones de personas se les diagnostica cáncer cada año. Pero nunca crees que te puede tocar a ti o a alguien cercano. No lo piensas, pero está ahí.
Nunca supe lo que era el miedo hasta ese momento. Creía saberlo pero en realidad no tenía ni idea. Ese miedo, el miedo a perder a una de las personas a las que más quieres, no es comparable a ninguno que hubiera sentido antes.
Britney me llevó a su habitación, dejando a su madre en la cocina. A pesar de mi sorpresa inicial al recibir la noticia, intentó tranquilizarme y explicarme qué era exactamente lo que le pasaba. En una de las pruebas que se había hecho la semana anterior le habían diagnosticado un pequeño tumor en una zona del cerebro. Precisamente por tener un tamaño muy reducido operarse para intentar extraer el tumor era muy arriesgado, ya que estaba en una zona a la que iba a costar acceder. Los médicos no le aconsejaban que se operase. Creían que con un tratamiento de quimioterapia conseguirían eliminarlo. Pero a Britney esa idea también le asustaba.
Estuvimos encerradas en su habitación, hablando, durante… no sé, horas. Me confesó que estaba aterrada; tenía miedo de no tomar la decisión correcta. Todo el mundo le recomendaba no operarse pero a ella también le asustaba que la quimioterapia no fuese suficiente y al final perdiese su tiempo tumbada en una cama o vomitando en un baño, sin fuerzas, sin su vitalidad. Tenía miedo de perderse a sí misma. Y yo también lo tenía; pero no lo dije.
Dejé que me lo explicara todo, sin interrumpirla, sin decir casi nada. En su habitación, con la puerta y las ventanas cerradas solo se escuchaban sus palabras, envueltas por su dulce voz, intentando suavizar las cosas, intentando animarme. Solo sus palabras. Aunque juraría que podía oír el ruido de cada una de mis lágrimas al chocar con el edredón de su cama y que escuchaba los latidos de mi corazón; creo que habría podido contarlos. Dicen que cuando sufres un dolor inmenso, realmente indescriptible, la capacidad de todos tus sentidos se multiplica: tu piel siente cosas totalmente nuevas, escuchas sonidos que nunca antes habías podido apreciar y ves detalles que antes se te escapaban.
No sé si realmente pude oír todo eso aquel día, por qué sus besos se grababan a fuego, de una forma especial, en mis labios o por qué mi piel al contacto con su mano se estremecía más que nunca mientras me contaba aquello. A lo mejor fue todo pura imaginación o una exaltación de mis recuerdos reales. Soy sincera y por eso digo que no lo sé con certeza; pero así es como lo recuerdo y por eso lo cuento así.
De pronto me di cuenta de que era ELLA la que intentaba tranquilizarme, animarme e, incluso, hacerme reír. Se supone que tenía que ser YO la que estuviera consolándola, la que le diera ánimos para luchar, para vivir. Pero con Britney a veces las cosas, simplemente no eran como se supone que deberían ser, porque ella no hacía algo solo porque se suponía que era lo correcto, ella hacía algo porque quería hacerlo, porque lo sentía, ni más ni menos.
Creo que eso fue lo que me enamoró de ella, su pasión, sus ganas de VIVIR la vida, no de pasar por ella sin más sino de vivirla.
Tal vez eso fuera lo más duro y difícil de aceptar, ¿cómo alguien con tanta fuerza, tanta vitalidad, tantas de ganas de comerse el mundo, podía tener cáncer? Ese día se me grabó en el cerebro que la vida no es justa, por mucho que haya quien se empeñe en decir que sí, que el tiempo pone a todos en su sitio, que la vida te devuelve lo que das. ¡JA! Por mi experiencia la vida no es justa. Y punto. Al próximo que me diga que lo es, le cuento lo justo que fue ver a mi novia temiendo que podía morirse con diecisiete años; al próximo que me lo diga le pego. Y punto. Algo así nunca es justo, pero mucho menos si tienes diecisiete años y toda la vida por delante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario