martes, 12 de julio de 2011

EPÍLOGO

Después de llorar durante horas, de derramar una lágrima tras otra como si con cada gota pudieras expulsar de dentro de tu alma una pequeña parte del dolor que estás sintiendo; lo lógico, es que caigas rendido en la cama, abatido, como si toda tu energía se hubiera ido, como si todo lo que te importaba hubiera muerto, y con ello toda esperanza e ilusión. Pero por alguna razón no dormí ese día, ni el siguiente… Y después de dos días, cuando conseguí hacerlo fue únicamente porque tenía los ojos tan hinchados que apenas conseguía abrirlos y me molestaba cualquier débil luz.

Aquella noche en la que no dormí, además de ser la primera desde que sabía que ella había muerto, fue la primera vez desde que la conocía que no me acosté con una sonrisa pensando en que la vería al día siguiente. Si aquella noche fui incapaz de pegar ojo fue porque lo único que podía hacer era revivir cada uno de los recuerdos que tenía de las dos y pensar en lo que ya no podríamos hacer juntas, en los sueños que ella tenía y que nunca pude cumplir, en los planes que habíamos hecho…

Por irracional que pueda parecer, en algún momento de esa noche la odié con todas mis fuerzas y de todas las formas que conocía. La odié por marcharse, por dejarme sola y por hacerme sufrir. También me enfadé con el mundo por habernos hecho eso, por arrebatarme la oportunidad de ser plenamente feliz durante mucho más tiempo, porque una vez más comprendí que la vida de justa tiene poco, porque una persona de nuestra edad, la más valiente que he conocido, había muerto a pesar de haber luchado con todo el esfuerzo del mundo contra ello. Luego comprendí que en el fondo nunca podría odiarla, porque nunca dejaría de quererla, porque en el fondo era ya una parte de mí y por ello yo ya nunca estaría sola.

Pero ya esa noche empecé a echarla de menos. La eché de menos en mi cama, eché de menos la posibilidad de recibir un mensaje suyo, eché de menos la idea de verla al día siguiente, eché de menos su piel, sus palabras, nuestra magia. Y tal vez por ello yo, la persona menos creyente del planeta, empecé a tener fe en otra vida, en otro mundo en el que lo único importante para poder ser feliz era ser buena persona. Me aferro a la esperanza de que Britney sigue viva en alguna parte además de nuestras mentes, me aferro a la idea de que su espíritu carismático e increíblemente único no se ha perdido para siempre. Supongo que necesito pensar que volveré a ver su sonrisa algún día y que seguiré viendo mis emociones reflejadas en sus ojos.

Durante un tiempo esa noche, el miedo paralizó mi mente y no fui capaz de sentir nada más que eso. Me aterró pensar algo tan obvio como que ahora tendría que aprender a vivir sin ella. ¿Cómo iba a vivir sin ella? Si en ese momento alguien hubiera estado sentado a mi lado me habría dicho que, por lógica, si había podido vivir casi dieciséis años sin ella podría seguir haciéndolo. En ese caso yo contestaría que no es lo mismo no ser feliz del todo y resignarte a no serlo nunca sabiendo que algo no encaja, que ver lo feliz que podrías haber sido y no poder hacer nada cuando se te escapa la oportunidad. Y yo había visto con claridad lo felices que podríamos haber sido de seguir como hasta ahora.

También tuve miedo a no volver a amar nunca, a quedarme sola. Porque solo tenía dieciséis años y medio y tenía la sensación de haber dado todo el amor posible a una persona que ya no estaba. Pero en cierto modo también tuve miedo de volver a enamorarme, de estar con otra persona que no fuera ella, de que estuviera donde estuviera pensara que yo no la quería. Esa es una de las cosas que más miedo me daba. En ese momento para mí, era imposible la idea de estar con otra chica, en mi cabeza no tenía ningún sentido, no cabía esa posibilidad. Pero con el tiempo, días después tuve la sensación de que si alguna vez estaba de nuevo con alguien siempre iba preguntarme a mí misma que pasaría si ella siguiera viva, si aquel era tal vez un plan B que nunca quise tener que desarrollar.

Pero lo que oprimió mi pecho e hizo que me costara respirar fue el miedo a que los recuerdos se fueran borrando. El miedo a que, tal vez, me despertase una mañana y no recordarse el color exacto de sus ojos, el olor de su piel, el sabor de sus labios, su voz… ¡cómo me gustaba su voz! Y sabía que una foto, un video, una carta nunca sería suficiente para recrear las sensaciones que su presencia real me provocaban. Y para revivir esa sensación solo me quedaban los recuerdos.

Siempre había tenido miedo, porque aunque ella hubiera dicho lo contrario, yo era una cobarde. Pero nunca había sentido antes ni he vuelto a sentir un miedo comparable al que provocaba la idea de que tal vez poco a poco me iría olvidando de ella: nuestras conversaciones se irían borrando por fragmentos de mi memoria, al igual que nuestras peleas o grandes momentos. Hasta que solo quedase el recuerdo de una persona con un vago parecido a alguien a quien había conocido y a quien había amado.

Hubo un momento en que lo único que deseaba era que ella no hubiera muerto y hubiese preferido haberme ido yo. Ella era la valiente, yo la cobarde; ella me había ayudado a descubrir quién era yo misma y había hecho que en unos meses viviera más que en toda mi vida; ella era la fuerte, la dinámica, la que habría vuelto sonriendo incluso después de haber estado perdida en el desierto, la persona más especial que he conocido… y era ella quien se había ido. No yo. Yo era la dramática, la romántica y soñadora que se habría echado el mundo a los hombros con tal de hacerla feliz… pero sin ella no veía como podría ser yo feliz.

Como dijo Radiohead en “Creep”: “you are so fucking special”. Ella era eso para mí, lo más inesperado que me había pasado, lo más importante, lo más mágico. Siempre recordaré esas últimas palabras “I had the time of my life fighting dragons with you”. Pero Britney se había ido y aquel día una parte de mí murió también. Es difícil de explicar… pero sentí realmente que una parte de mí se iba con ella; esa parte de mí que inventó mil cosas, incluidos un recorrido con pistas por la ciudad o un viaje imaginario por el mundo, con tal de sorprenderla y hacerla sentir especial; esa parte de mí que le escribía “te amo” en el espejo empañado del baño mientras se duchaba; esa que sonreía cada vez que sonaba el móvil con la melodía que tenía para Britney; esa que soñaba cada día, que creía en esos sueños, que pensaba que nada era imposible; esa parte de mí que conocía cada uno de sus lunares y cicatrices, esa que me convertía en una idealista orgullosa de serlo, esa que sabía ser feliz. Y supongo que, una vez más, eso era lo más importante: ahora no sabía ser feliz.

Ella no había sido solo mi primer amor, había sido especial. Era distinta a todas las personas que había conocido. Cuando me contaba algo sentía como si todo el universo girara en torno a eso, conseguía captar toda mi atención tan solo hablando… era como si sus palabras me abrazaran, las sentía en la piel pero también dentro de mí.

A veces parecía que no tenía defectos, pero por mucho que la idealizara yo en mi mente, sabía que los tenia, era humana. Simplemente había empezado a amar incluso esos defectos y manías. Por ejemplo, siempre dejaba las luces encendidas por toda la casa, aunque estuviera solo en una habitación, y además parecía no darse cuenta de ello. Nunca dejaba que vieras un dibujo hasta que estuviera prácticamente acabado, nunca, creo que sólo una vez en mi habitación hizo una excepción conmigo. Britney era desordena, a veces incluso un poco caótica, pero de una forma graciosa, porque incluso dentro de ese caos ella tenía un orden que solo ella comprendía. Nunca, jamás, te dejaba empezar a comer las palomitas en el cine hasta que la película empezara, y no, no podías empezar con la publicidad. Era ingenua, a veces desesperantemente. Y otras en cambio le daba demasiadas vueltas a algo muy sencillo. Pero la quería, porque en ese caso, lo hacía no con el afán como la mayoría de la gente de complicar las cosas, sino para llegar a entenderlas del todo, hasta lo más mínimo.

Desde que se fue tengo flashbacks sobre ella permanentes en mi mente. Su ropa tirada en el suelo. Su olor. Su cara mientras bostezaba al despertarse a mi lado en la cama. Recuerdos de momentos que se habían ido, que ya nunca volverían. Su pelo cayendo sobre mi cara. La lluvia en el mar mientras me abrazaba. Recuerdos. Dolor. El eco de su risa en una habitación. Sus tres estrellas tatuadas. Un “viaje” juntas por el mundo. Noté una lágrima mojando mis labios. Presente y pasado mezclados, unidos para siempre y al mismo tiempo separados, inevitablemente, irrevocablemente. Sus labios suaves envolviendo un primer “te quiero”, besándome con pasión, recorriendo mi cuerpo, naturales, pintados, cantando en la ducha, dibujando una sonrisa o una mueca de tristeza. Melancolía. Ella, la única persona realmente consciente de lo que la ausencia de mi padre durante ciertos momentos importantes había significado en mi carácter. Ella cogiéndome en brazos aquel día, echándome en la cama mientras ambas estallábamos en carcajadas. Ella escuchándome hablar sobre Paris, sobre mi infancia, sobre la vida, sobre el amor. Ella el primer día que la vi cuando chocamos en el portal y sus dibujos se esparcieron por el suelo. Ella dibujando, mordiéndose levemente el labio inferior para concentrarse, con la mirada más intensa que he visto en mi vida. Ella corriendo, nadando, durmiendo, viviendo, amando. Entre todas las personas reales y creadas con mis palabras, ELLA. Y ahora, fugazmente, se había ido.

Y me sentí perdida. Sabía que tenía a más gente en mi vida. Las cosas con mi familia iban mejor, mi madre había aceptado lo que soy y hablaba del tema ya con total naturalidad, me había acercado más a mi padre, y con mis hermanos todo seguía bien. Tenía a Vero, con esa conexión especial que nos uniría siempre y a Diego, que era como el hermano que nunca tuve. Incluso tenía una nueva familia que ya consideraba la mía, pero que sobre el papel ya nunca lo sería, la de Britney. Pero aún así, en su ausencia, comencé a sentirme perdida, con un vacío enorme que sabía que ya nada llenaría.

Sólo me quedaba la esperanza de conseguir que la estela de su recuerdo no se difuminara con el tiempo, de que, de alguna forma, se quedara para siempre a mi lado, muy dentro de mí; en esa parte de mí donde se confunde lo material con lo etéreo, allí donde el infinito se entremezcla con los sueños, en ese mundo paralelo en el que, tal vez, nunca nos habríamos separado. John Lennon imaginó un mundo sin religión, sin posesiones, sin odio, sin guerra. Para algunos era un poeta, para otros el representante de una generación o un movimiento y, para muchos otros, sólo un soñador. Pero un soñador que con una sola canción nos hizo soñar a todos los demás, un soñador que con “Imagine” consiguió que en nuestra mente todos creáramos ese mundo imaginario en el que nos gustaría vivir. En el mío yo seguía viendo a Britney cada día, ella era feliz, las dos lo éramos. Era realmente feliz. Y tal vez la vida no sea un sueño o una canción, pero yo prefiero ese mundo, prefiero vivir para siempre en “Imagine”.

CAPÍTULO 33 (PARTE 2)

Entré en la habitación. Pequeña, individual. Y no pude evitar sonreír al verla sonreír a ella.

Siempre he pensando que una de las cosas que más define a una persona es cómo se comporta cuando las cosas le van mal, en momentos de flaqueza, cuando el mundo parece venirse abajo y todos escapan mientras tú estás atascado, sin poder moverte. Y ahí estaba ella, sonriendo siempre. Por ello el calificativo de valiente en esa situación se le quedaba corto, por ello su forma de vivir la vida estaba tan marcada por esa falta de miedo a la hora de tomar decisiones, a la hora de arriesgarse a salir herido en su propia búsqueda de la felicidad. Pero si Britney fuera una palabra, sería “pasión”, pasión por todo lo que hacía, pasión por la vida con todo lo bueno y malo que eso conlleva. Y perderla significaba también quedarte sin esa chispa que te hacía sentir tan sumamente vivo.

Me senté al borde de la cama acariciándole una pierna por encima de las sábanas.

- Hi beautiful. – susurró.
- Ciao bella.

Y su sonrisa se hizo aún más grande.
Y de pronto lo entendí. Me había pasado tres días pensando qué decir en ese momento sin haber llegado a ninguna conclusión más que la de decir lo que sintiese en el momento. Pero ahí, ante la rapidez e inmediatez de los hechos, aunque para mí todo parecía ir a cámara lenta; comprendí, que nunca habrá palabras suficientes para esos instantes, que siempre te quedarán cosas por decir y que al mismo tiempo cualquier cosa que digas puede entenderse como una consecuencia poco sincera del momento, como un impulso no refutado; comprendí que en esos instantes en que tienes que despedirte de alguien, aunque solo sea por si acaso, eres presa del momento y al mismo tiempo eres el que lo busca, el cazador que volverá sin su presa, víctima y verdugo al mismo tiempo.

Estuve a punto de echarme a llorar ya entonces. Porque yo no era ella y mi sino no era ser valiente. Sin que dijera nada, Britney lo comprendió, y su siguiente sonrisa ya no parecía tan real, estaba difuminada por los acontecimientos, determinada por lo que podía pasar. Manteníamos una conversación silenciosa en la que, probablemente, decíamos lo mismo: te quiero. Una y otra vez.
Hasta que, de pronto, se echó a reír a carcajadas. Y me quedé totalmente confundida.

- ¿Qué pasa?
- Me acabo de acordar… ¿es mi impresión mía o ayer te caíste de la cama?
Y de pronto lo recordé todo. Y nuestras risas acompasadas sonaron en una habitación vacía, de todo, menos de vida.

Me giré medio dormida en la cama y ¡bum! El golpe contra el suelo terminó de despertarme.
- ¡Mierda!
- ¿Qué pasó? - dijo Britney asomándose al borde de la cama.
- ¿No lo ves? ¿Qué crees que pasó?- solté con un poco de ironía y con algo de mi carácter borde habitual, que sin embargo, a su lado, siempre pasaba a un segundo plano.
Se echó a reír mientras me daba la mano para ayudarme a levantarme. Me tumbé con parte de mi cuerpo sobre el suyo y apoyando la cabeza en su pecho. Me rodeó con los brazos y me abrazó aún más fuerte cuando refunfuñé por lo bajo por la caída.
- Mira que eres torpe – dijo aún riendo – Mi pequeño desastre.
Me acoché aún más sobre su cuerpo hasta que nos quedamos de nuevo dormidas.


Tras ese flashback mental los ojos se me llenaron de lágrimas, una vez más. Y entonces fue ella quien rompió el silencio.

- ¿Recuerdas esa canción de Taylor Swift que tanto me gusta? – y todo encajó, como una serie de acontecimientos unidos por el tiempo; se refería a la misma canción que llevaba desde el lunes en mi cabeza. Entonces entendí que había algo, probablemente más allá de nosotras mismas, que nos unía en cosas tan insignificantes y al mismo tiempo tan reveladoras como aquella.
- Claro.

Levantó la cabeza para mirarme a los ojos y con una voz suave pero clara me recordó su parte favorita de la canción. Pero sé que en el fondo, lo que quería era transmitirme exactamente el significado de esa letra; el significado que ahora tendría en nuestras vidas.

- “And you take a moment. Promise me this: that you’ll stand by me forever. But if God forbid fate should step in, – la voz se le quebró con esa frase – and force us into a goodbye, if you have children some day, when they point to the pictures, please, tell them my name, tell them how the crowds went wild, tell them how I hope they shine”

Una lágrima rodó por su mejilla para hacerle compañía a las que ya empapaban mi cara. Sus ojos brillaban, por las lágrimas, tal vez por el miedo, tal vez por la esperanza. Y quise que aquello pasara, quise que la vida nos diera tiempo incluso para equivocarnos, quise tener poderes y arreglarlo todo… la quise. La quise más que nunca. Me acerqué a besarla y aunque nuestros labios a penas se rozaron aquel fue el contacto físico más pleno de mi vida. Nunca sobraron tanto las palabras, incluso para una escritora.

La puerta se abrió y prácticamente no escuché a la enfermera que me decía que tenía que salir. Me quedé quieta unos segundos más, mirándola y como un robot, como si no fuera mi cuerpo, después me levanté, acaricié su pierna por encima de la sábana mientras me alejaba, aún de espaldas.

Y tras un breve momento de debilidad, antes de que me diera la vuelta, se apartó las
lágrimas con el dorso de su mano y sonrío de nuevo. Y me pareció una heroína de cuento de hadas.

“You held your head like a hero on a history book page. It was the end of a decade but the start of an age”
Cuando me alejé de aquella cama, de alguna forma, supe que gran parte de mis sueños se quedaban allí, que gran parte de lo que siempre esperé de la vida se iría con Britney a donde quiera que fuera o volvería con ella al salir de ese quirófano. Supe antes de irme que gran parte de mi propia vida ya no me pertenecía solo a mí sino a aquellos ojos verdes.

- Brit – dije girándome apoyada en el marco de la puerta - ¿qué canción susurrabas esta mañana en el baño?

Sonrió. Porque esa no es la clase de pregunta que haces cuando te estás despidiendo de alguien. Pero yo era así. Y me miró casi como si llevara toda la vida esperando esa pregunta, casi como si me dijera “y por eso te quiero”.

- “Imagine”.

Sonreí.
Crucé el umbral de la puerta, pero no miré a nadie, no veía nada, solo a Britney en mi mente, una y otra vez… un millón de momentos compartidos. Esperé fuera con sus padres y con Vero hasta que la sacaron en camilla de la habitación. Extendió la mano al pasar por nuestro lado y la cogí suavemente apoyando solo unas décimas de segundo mis labios en su frente. Y entonces cuando pensé que iba a besarme, me agarró por el cuello, me acercó a ella y me susurró al oído, de forma que solo lo escuchara yo:

“I had the time of my life fighting dragons with you”

La mire a los ojos y asentí. No tuve que decirle que yo sentía lo mismo. No tuve que decir nada que no dijera mi mirada; esa era nuestra magia.
Las enfermeras siguieron empujando la camilla y sostuve su mano todo el tiempo que pude hasta que poco a poco su piel se fue desligando de la mía, casi a cámara lenta.
Me quedé quieta mirando como la camilla se alejaba sin saber si el tiempo pasaba o se había detenido para siempre en mi reloj, mientras sus palabras se repetían como un eco en mi mente. “I had the time of my life fighting dragons with you”

La puerta del pasillo se cerró.

Y yo nunca volví a ver a Britney.

miércoles, 8 de junio de 2011

CAPÍTULO 33 (PARTE 1)

MIÉRCOLES

Nunca me han gustado los hospitales. Como supongo que a nadie le gustan, simplemente lo recalco. Ni su olor, ni ese silencio mezclado entre el ruido, ni la gente que viene y va pero no llega a ninguna parte. No entiendo cómo puede una persona levantarse cada mañana e ir ahí a trabajar; y la verdad no sé si admiro al que es capaz de hacerlo o le temo.
Acabábamos de entrar en el parking del hospital provincial de Pontevedra. Comenzarían a operar a Britney en unas horas. Cerré la puerta y salí fuera del coche. Suspiré, notando como el viento, inexplicablemente frío a esas alturas del año, golpeaba mi cara. Antes de entrar en el hospital supe que ese instante marcaría el principio de un momento clave en mi vida, supe que cuando volviera a cruzar el umbral de esa puerta mi vida habría tomado una dirección u otra, determinada por la presencia o ausencia de Britney en ella. Cuando agarré la puerta del edificio me sentí como en una encrucijada, o lo que los americanos denominan “crossroad”.

Cerró la puerta y le sonreí mientras se acomodaba en el asiento de atrás. Su madre arrancó el coche que nos devolvía a Pontevedra tras esa última noche juntas antes de la operación.
- ¿Descansasteis?
- Mucho – contestó Brit guiñándome un ojo.
Saqué mi móvil y escribí para que su madre no pudiera oírme diciéndolo:
- Why are u so sexy?
Me lo sacó de las manos para contestar:
- Cause I’m Britney, bitch.
Me eché a reír pero ella empezó a hablar con su madre para disimular un poco. Cuando llegamos a nuestro edifico, yo me fui a mi casa y ellas a la suya. Britney y yo habíamos hablado de que debería pasar esas últimas horas antes de ir al hospital con su familia; y precisamente por eso habíamos pasado el día anterior a solas. Así que me pareció conveniente dejarles algo de espacio. Y no aparecí hasta las siete de la tarde, poco antes de llevar a Britney al hospital.


Estaba en la sala de espera tomándome un café mientras preparaban a Brtiney. En unos minutos la llevarían a quirófano, pero antes me iban a dejar entrar un poco para despedirme. Ese tiempo de espera, con sus padres en un hospital, fue uno de esos momentos en que uno no puede evitar estar nervioso, por mucho que lo intente. Salvo que sea de hierro y tenga el corazón de hielo. Pero siempre me he negado a creer que existía gente así, gente que nunca expresa lo que siente, que nunca se emociona. Tal vez, precisamente, porque yo soy justo lo contrario.


Desperté en una cama vacía esa mañana. Tardé unos segundos en saber dónde estaba, como me pasaba cada vez que dormía en una habitación que no era la mía o a la que no estaba acostumbrada.
Hasta que oí suavemente su voz. Como ya he dicho, no estaba en la cama. Pero al no fiarme de mi somnolencia estiré la mano sin, por supuesto, encontrar nada. Entonces me giré hacia la única puerta que estaba abierta. Y allí, rodeada por los muebles de madera de un baño precioso de una casa de verano, entre el vaho provocado por la ducha, como una aparición, como un sueño, estaba ella; con una toalla rodeando su cuerpo desnudo y el pelo mojado cayendo sobre los hombros, se miraba en el espejo y tarareaba. No supe el qué, no lo reconocí.
Se dio cuenta de que ya estaba despierta y de que la estaba mirando y sonrió. Se apoyó en el umbral de la puerta y en apenas un susurro me dijo:
- Buenos días princesa. – Se acercó a la cama y se arrodilló a mi lado – He soñado toda la noche contigo, íbamos al cine y tú llevabas aquella chaqueta de cuero que me gusta tanto. – me guiñó un ojo mientras yo me echaba a reír por el cambio con respecto a la cita de la película “La vida es bella” – Sólo pienso en ti princesa. Pienso siempre en ti.

Sonreí con lágrimas en los ojos y la abracé, tumbándola conmigo en la cama, mientras nuestras carcajadas se entremezclaban en el aire con el calor procedente del baño, con el olor de su pelo a champú y con el sonido de mis lágrimas recorriendo nuestra piel.

martes, 7 de junio de 2011

CAPÍTULO 32 (PARTE 8)

Me quedé quieta mientras se quitaba la ropa para meterse en el agua. Las luces de la luna brillaban sobre el mar y provocaban reflejos preciosos en su cuerpo desnudo. Recordé entonces, cada vez que la había visto desnuda, cada momento de intimidad compartida entre sonidos inarticulados y surcos de caricias. Recordé esa primera vez que hicimos el amor en la excursión, esa sensación repentina de estar unida a alguien de una forma que nunca antes había experimentado. Ese sentimiento de vulnerabilidad y control al mismo tiempo.
Nunca la quietud había provocado un movimiento tan intenso en mí.
- ¡¿Estás locas?! – grité.
- ¿Y quién no? – me respondió metiendo los pies en el agua – Además, las decisiones más importantes de tu vida se toman siempre con cierto grado de locura.
Me acerqué a la orilla para escucharla mejor y mientras ponía los brazos alrededor de mi cuello continuó su explicación:
- Hablar contigo el primer día que nos chocamos en el portal. Locura. Dejarte entrar en mi vida sin dudar aunque a penas te conociera. Locura. Decirte aquella primera vez que me gustabas. Locura. Mucha gente pensará que estamos locas, mucha gente lo habría dejado por cosas mucho más insignificantes que las que nos han pasado a ti y a mí, para mí son ellos los que están locos. Nunca habría dejado escapar a alguien como tú. Nunca habría antepuesto mis miedos o mi orgullo a nuestra felicidad compartida. Y quiero dejar eso claro por si el mundo se acaba en dos días, quiero que nunca dudes de que tanto si tengo la oportunidad de vivir muchos años más como si no, mis decisiones seguirían basándose en éste loco – dijo señalándose el corazón – ése que siempre me dijo que tú eras la decisión más temeraria y acertada de mi vida.
Adoraba esos extraños monólogos románticos que de vez en cuando le salían de la nada.
- Me alegro entonces de haber conocido a la persona más loca del mundo – dije antes de besarla.
Hay días, incluso meses de una vida en los que no ocurre nada que marque una diferencia, nada que te cambie para siempre, nada tan memorable que te haga sentir que siempre lo llevarás contigo. En cambio, hay horas de una vida que perdurarán para siempre. Esa noche pertenece al segundo grupo. Los momentos de esa noche los recordaría toda mi vida, los momentos de esa noche valen toda una vida.
Hicimos el amor en el mar, mientras sobre el agua flotaban un futuro y un pasado que rompieron contra las rocas de la playa, empujados por las olas. Acaricié su cuerpo sin apartar mi mirada de la suya. Y sentí cómo temblaba en mis brazos, cómo el mundo entero temblaba, cómo el agua, la playa, la luna, eran meros espectadores que podría haber sido remplazados por otros cualquiera. Porque lo importante era esa mirada que no se rompió hasta que ambas lo hicimos, esa sensación de estar justo donde y con quien deberías estar, ese cuerpo temblando en mis manos. “I was screaming: long live the look on your face”.
Si tuviera que elegir un solo momento que vivir de nuevo; al contrario de lo que pueda parecer, nunca elegiría ese, porque fue exactamente cómo debió ser, improvisado, irrepetible. Ni si quiera hizo falta que, como habíamos hecho tantas otras veces, nos dijéramos “te quiero” con respiraciones entrecortadas. Cualquier cosa dicha o hecha, más allá de las caricias y miradas, habría sobrado, habría estropeado aquel momento.
Y cuando ese momento pasó y nos devolvió a la realidad, mientras el mundo volvía a girar, supe que yo no volvía a él de la misma forma, que ya no era la misma. Sonreímos, apoyando nuestra frente la una sobre la otra y abrazándonos.
Y con un simple gesto le agarré la mano y la ayudé a salir del agua.
Nunca pensé en lo insensato que fue bañarse desnudas en el día anterior a una operación a vida o muerte. Nunca pensé en la muerte mientras hacíamos el amor en esa playa, sólo en la vida. Y en cuánto significaría ese recuerdo en nuestra vida, o en la mía si ella se iba. “May these memories break our fall”.
Nos duchamos con agua caliente al salir, para entrar en calor, y nos metimos en la cama. Hablamos durante horas, de todo y de nada, aunque nunca llegamos a hablar de aquel momento en el agua, ni yo tampoco lo quise así.
Y en algún momento, entre la noche y el amanecer, se durmió en mis brazos y yo poco después. Terminaba así ese martes lleno de emociones, en el que sólo existíamos ella y yo y un acto tan cotidiano como comer se convertía en una imagen grabada para siempre. Al despertar Britney volvería a casa y se operaría por la noche. Al despertar sería otro día y volveríamos a ese mundo en el que poco o nada influyen muchas de nuestras decisiones, en el que el azar puede hacer que una persona tenga cáncer y otra no, en el que podía marcharse para siempre.

viernes, 13 de mayo de 2011

CAPÍTULO 32 (PARTE 7)

Nos sentamos en la playa tras traer unos trozos de tronco de la casa de Brit (tenían unos cuantos guardados para la chimenea) e hicimos una hoguera. Hacía una noche estupenda. Parecía verano ya, aunque aún no hacía el calor agobiante propio de esas noches del año en que apenas puedes dormir.
-Dime- dijo sentándose en la arena al lado del fuego – si hoy pudieras estar en cualquier parte del mundo, ¿dónde elegirías estar?
- ¿A qué viene eso?
- No lo sé. Piensa en si fuera tu último día en La Tierra. ¿Dónde querrías pasarlo?
Dudé. Me pareció que ya no hablábamos de un caso hipotético sino de ella. Y contesté la verdad. A pesar del miedo que daba tan solo escuchar eso de último día en La Tierra. Desde siempre y aún hoy, me asusta casi todo lo que lleva último delante.
- Estoy exactamente donde quiero estar.
Sonrió.
- Yo también.
Y por un momento dude de la respuesta, porque parecía de alguna forma triste. Parecía estar en otra parte. Parecía que estuviéramos donde estuviéramos ya no estábamos solas, ni si quiera allí en esa playa vacía, parecía que siempre había un mundo entero lleno de problemas, despedidas y miedos entre nosotras, un mundo al que nunca quise pertenecer. Porque todo era más fácil cuando sólo estábamos ella y yo.
Surgió entonces esa parte insegura de mí misma, que me caracterizaba antes de conocerla, como un flashback de un tiempo en el que ella no existió, como el preludio de lo que podía estar por llegar.
Pero entonces recordé una frase: eres lo que los otros ven en ti.
Y si ella había decidido pasar su último día antes de la operación allí, sería por algo. Tal vez ella veía en mí más de lo que yo era capaz de ver, más de lo que yo nunca llegaría a ver.
“All the kingdom lights shined just for me and you. I was screaming long live all the magic we made”.
E imaginé cómo todas las luces del reino brillaban para las dos, imaginé cómo sería que la vida te sorprendiera poniendo todo a tu favor, cambiando las apuestas; imaginé la vida, simple y llanamente, nuestra vida; sin complicaciones fuera de lo normal, sin drama(aunque hay quien dice que una pareja lésbica no puede vivir sin drama), sin nada más que el simple y maravilloso día corriente, sencillo, cotidiano. Quería ser aburridamente cotidiana a su lado. Quería poder tener eso, todos los días, que hubiera un día en que estuviera acostumbrada a despertarme a su lado, que ya sin pensarlo hiciera café para dos cada mañana.
- ¿Sabes Amy? – dijo abrazándome – El mejor recuerdo de mi infancia es de un día con mis padres en el lago que estaba a cinco minutos de mi casa.
- ¡Cuéntamelo!
- Mis padres siempre me llevaban a pasear en barca al lago, pero ese recuerdo es del primer día que fuimos. Yo le tenía miedo al agua y no quería subirme al bote y me puse histérica y no me movía ni me acercaba a la orilla.
- ¡Que mona!
- Pero mi papá se metió en el agua, vestido, mojándose y jugando por la orilla para que yo viera lo divertido que era y perdiera el miedo. Y funcionó.
Se quedó callada. Grabé en mi memoria esa expresión en su cara. Me encantaba que me hablara de sus padres porque siempre tenía esa mirada cuando lo hacía. Y yo me preguntaba…si también la tenía cuando hablaba de mí.
- Ahora parece una chorrada, lo sé – siguió diciendo -. Pero esa fue para mí, desde siempre, la mayor demostración de cariño y de valentía que me habían ofrecido. Hasta que te conocí. Que a día de hoy sigas a mi lado es lo más valiente que veré nunca. Mi padre aquel día me salvó del miedo al agua, tú, al estar a mi lado pese a todo durante tanto tiempo, me salvaste de algo más importante, del miedo a la vida. Por ello, eres de hoy, mi nueva súper heroína.
Sonreí como una idiota. Y la besé.
- ¿Y tú eres la nueva Lois Lane?
- Nah. Yo soy más sexy.
Y con eso, sin más, se levantó y echó a correr hacia la orilla.

domingo, 3 de abril de 2011

CAPÍTULO 32 (PARTE 6)

Después de unas cuantas canciones, entré a apagar el equipo de música. Al salir me fijé en lo que Britney se había puesto para estar más cómoda; antes no me había dado cuenta por la emoción del momento del baile. Llevaba unos shorts oscuros, marrones (que tengo que decir que le hacían un culo perfecto), una camiseta blanca simple y una chaqueta color beige de punto, sin abrochar. Como siempre, estaba preciosa. Britney me gustaba vestida con cualquier cosa, sin vestir, maquillada, al natural, arreglada o vestida para andar por casa… daba igual lo que se pusiera o cómo se peinara, me encantaba. Pero sí es cierto que si tenía que elegir prefería verla sin maquillar y vestida con ropa cómoda, prefería verla tal y como estaría en nuestra casa, tal vez por si ese sueño de compartir un apartamento, una casa o una vida no llegaba a materializarse.
Cuando volví a la playa me acerqué a preguntarle:
- ¿Qué quieres hacer?
- ¿Paseamos?
Asentí mientras pasaba un brazo por encima de su cintura. No me había descalzado en la casa, así que me quité los tenis y los llevé con la mano que tenía libre. Siempre me encantó esa sensación de notar cómo los pies se hundían el arena.
El sol rojizo brillaba sobre el agua, provocando extraños reflejos. Me di cuenta de que era nuestra primera visita juntas a la playa; y eso me entristeció un poco. ¡Nos quedaban tantas cosas por hacer! ¿Y si no había tiempo? ¿A dónde irían todos nuestros planes, nuestro futuro, nuestros “y si…”? ¿A dónde van los sueños que no se hacen realidad? ¿Existe algún lugar donde llevamos esa vida que habríamos tenido si hubiéramos tomado cierta decisión de manera diferente, si algo no hubiera ocurrido de la misma forma?¿Acabaría mi vida con Britney en ese mundo paralelo?¿Podría vivir esta vida, mi vida, sin ella? Lo que tenía claro, es que no quería tener la oportunidad de saber la respuesta a esa pregunta. No quería no tenerla en mi vida. No quería despertarme cinco años después, en una casa que no fuera la nuestra, en una cama en la que hubiera hecho el amor con alguien que no fuera ella, con un perro al que no puso ella uno de esos nombres tan extravagantes que se le ocurrían. Quería lo nuestro con desesperación. Amaba todas esas ideas como la amaba a ella, al igual que adoraba todo lo que habíamos tenido hasta ahora, toda esa magia. “I was screaming: long live all the magic we made”
Britney apretó mi mano para atraer mi atención.
- ¿Todo bien?
Fue entonces cuando decidí dejar de pensar en un posible futuro negro y un pasado mágico y centrarme en un presente repleto de posibilidades.

martes, 15 de marzo de 2011

CAPÍTULO 32 (PARTE 5)

Veinte minutos después Britney había ido al baño y a ponerse algo más cómodo. Yo cotilleaba los libros y discos que los padres de Brit tenían en la estantería del salón. Y entonces lo vi; el CD de la banda sonora de "Tarzán", escrita e interpretada por Phil Collins. Y yo, fánatica de Disney como soy, lo saqué corriendo de la casaca y lo metí en la minicadena.
Cuando las primeras notas empezaron a sonar salté de alegría, literalmente. Canté las primeras frases a todo pulmón, a dúo con el intérprete británico.

Britney, levantando una ceja, me interrogó sin decir nada desde el umbral de la puerta. Fui a por ella, la agarré de las manos y la obligué a saltar conmigo. Corrimos por toda la pequeña casa, nos subimos dando saltos al sofá... No podíamos parar de reír y de cnatar.
Cuando ví que ella iba a salir a la playa subí el volumen para que pudiera escucharse fuera. Bajé del porche trasero de lso padres de Brit y sentí como la arena se me colaba por los tenis. Pero no me detuve.
Ella me acercó a su cuerpo para que pudiéramos bailar agarradas. La luna incipiente nos sonreía en una playa vacía. Sentí su respiración en mi cuello mientras la canción acababa y daba paso a otra.
Y, entonces, una frase de esa canción de Taylor Swift que acudía a mimente siempre durante esos días, me pareció perfecta para la ocasión:
"The night you danced like you knew our lives would never be the same"

CAPÍTULO 32 (PARTE 4)

Ese Lunes, cuando volvimos a casa, decidimos que ese día dormiría en mi casa, ya que el día siguiente lo pasaríamos juntas y así ella podía pasar un poco de tiempo con sus padres.
La besé en el umbral de la puerta. Y cuando nos separamos y abrí los ojos, la vi inclinada, aún con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, como esperando más. Y me imaginé reviviendo esa escena una y otra vez a lo largo de mi vida. Y, por un momento, pese a todo el miedo que tenía a perderla, sentí un calor inmenso, me sentí en casa. Y fui plenamente feliz mientras el instante duró.

MARTES
Al día siguiente a media tarde, tras comer con sus padres, nos fuimos en coche. Su madre nos llevaba a la casa que tenían en la playa. Britney y yo íbamos a pasar el día solas y vendrían a buscarnos la mañana del miércoles. Nos despedimos de ella, cogimos las mochilas del maletero y entramos en la casa de la mano.
Cuando noté como crujía el parqué me vino a la mente la imagen de Britney y yo entrando en nuestra futura casa, también de la mano, también sonrientes. Fue solo un sueño mientras estaba despierta, pero al mismo tiempo se convirtió en un propósito de mi vida, lograr esa imagen, mantener a Britney en mi futuro.
Tiramos las cosas en el suelo del salón. Y me acerqué a besarla. A veces me pasaba: sin ningún motivo aparente, necesitaba sentir a Britney, auqnue fuera con un leve roce en el brazo, o notar su pierna al lado de la mía.
Se apoyó en la pared abrazándome. Nos separamos un poco para vernos mejor.
- Bienvenida a tu casa de veraneo - me dijo.
- Es preciosa, la verdad. Pero...que yo sepa es tuya, o de tus padres mejor dicho.
- Si es mia, tuya también.
- Que romántica te me estás volviendo...
Se separó caminando hacia la habitación y mientras me guiñaba un ojo me dijo:
- Siempre lo fui

domingo, 6 de febrero de 2011

CAPÍTULO 32 (PARTE 3)

A las cinco quedamos con Vero y Diego. Sin ningún plan concreto, la verdad, con la única intención de compartir nuestra mutua presencian los cuatro, de pasar tiempo con Britney todos juntos. Fuimos paseando por el río hasta la playa fluvial. Recuerdo que brillaba el sol, mientras nos dirigíamos hacia allí. Ya hacía un poco de calor, propio de los buenos días de los meses anteriores al verano. Me cogió la mano de pronto, mientras yo movía el brazo al compás de nuestros pasos. Y sonreí y sin tener que mirarla supe que ella también sonreía. Éramos felices, aunque fuera durante un breve instante, durante un breve parón en esa gran tormenta que suponía su operación, pero durante ese momento mientras nuestros brazos se rozaban y caminábamos todos juntos, supe que nadie nos robaría ese momento, y era más de lo que tenía cinco minutos antes, era un motivo más para dar gracias por haberla encontrado.
Corrimos al llegar a la playa, salpicándonos unos a otros en la orilla, saltando, riendo. Parecía la típica escena de un videoclip o una serie en la que todos parecen felices… pero mejor, aquí los protagonistas éramos nosotros.
Luego nos acomodamos en la arena; hablando un poco de todo y de nada, recordando momentos de hace mucho y otros más cercanos, en los que Britney ya hacía acto de presencia.
- ¿Os acordáis de la excursión a Salamanca? – preguntó Diego mirando hacia el agua, mientras se incorporaba un poco de una de las toallas en las que estábamos los cuatro tumbados.
Era más bien una pregunta retórica a la que, sin embargo, contestamos Vero y yo al unísono:
- ¡Claro!
- ¡Puf! Qué bien lo pasamos… - siguió diciendo él- ¿Y en la de París cuando nos perdimos?
Los cuatro nos echamos a reír, incluida Brit que sabía la historia de sobra gracias a todas las veces que se la había contado. De hecho creo que conocía todos los detalles de esa excursión casi tanto como si ella también hubiera venido, porque se los había relatado mil veces.
- Que patético fue todo – dije mientras miraba hacia Diego – Sobre todo cuando intentaste hablar con el señor y no conseguías entenderle nada.
Hablamos entre risas sobre aquel recuerdo, relatando de nuevo todo lo ocurrido, como si no nos lo supiéramos ya de memoria. Pero es curioso como siempre nos alegramos de volver a hablar sobre esas grandes historias o momentos que vivimos, especialmente con esas personas con las que lo compartimos. Es curioso como incluso años después volvemos a relatar esos instantes con la misma alegría e ilusión con que lo hacíamos el primer día, cuando volvimos de aquel viaje, o llegamos a casa tras ese buen día o mantuvimos aquella conversación por teléfono narrándolo. Es curioso como las personas mayores, incluso cuando están enfermas y su mente ya no se encuentra en plenas facultades, recurren a las mismas historias año tras año, a aquellas que también contaban sin parar años atrás, a aquellas que nunca olvidaron.
Tenía la sensación de que esa tarde, en esa playa, habíamos creado uno de esos recuerdos a los que recurriríamos en el futuro. Y nuevamente una frase de esa canción vino a mi mente:
We were the kings and the Queens

martes, 1 de febrero de 2011

CAPÍTULO 32 (PARTE 2)

Comimos en su casa con sus padres. Intenté fijarme lo menos posible en la tensión y la sensación rara que había en el ambiente, intenté centrarme en ella, como siempre que había algún problema, como siempre que quería evadirme de la realidad; en esos casos lo único que necesitaba era empezar a pensar en nosotras mientras la miraba para soñar despierta y olvidarme del mundo.

Nos sentamos en el sofá después de comer. Todos juntos. Y me imaginé como sería cuando Britney y yo viviéramos solas en nuestra propia casa; me imaginé todas las tardes de domingo que nos pasaríamos tumbadas en el sofá viendo alguna peli abrazadas (película cuya única interrupción posible sería, en alguna ocasión, un arrebato incontrolable de ganas de besarnos). A pesar de las posibles consecuencias de la operación y de la inmediatez de ésta, no podía dejar de pensar en esas pequeñas cosas que me esperaban en mi hipotético futuro a su lado, porque dejar de hacerlo habría supuesto rendirse y eso, indudablemente, iba en contra de todos mis principios. Tal vez también por eso me negaba a empezar esa fase de retroceso por cautela. Sé que mucha gente en mi situación se habría alejado un poco de ella, tal vez incluso inconscientemente, para auto protegerse; para que en el caso de que algo saliera mal el efecto del golpe estuviera un poco más amortiguado. No era mi caso. No era mi estilo. Jamás me habría alejado de ella justo ahora; al contrario, intentaba sentir el máximo tiempo posible esa conexión que nos unía. Y, probablemente, esa fue una de las decisiones más acertadas que he tomado en mi vida: mantenerme fiel a nosotras.

martes, 18 de enero de 2011

Aviso

Solo quería avisaros de que también seguiré publicando en otro blog. Pero tranquilas no abandonaré esta historia ni el blog, la falta de tiempo me ha hecho dejarla un poco aparcada; lo siento. En cuanto acaben los exámenes prometo ponerme a ello. El nuevo blog es: http://www.cartasaneverland.blogspot.com/
Un beso a todos.