lunes, 28 de junio de 2010

CAPÍTULO 26

- ¿Qué haces? – llegué a clase y vi a Britney escribiendo. Pensé en que no había nada que hacer de ninguna asignatura por eso me sorprendió.
- Escribo.
- No me digas… yo que creí que bailabas.
- Tú y tu ironía – dijo de forma dulce.
Me acerqué apoyándome en su mesa y besándola brevemente.
- Buenos días.
Abrió los ojos tras el beso y la vi sonreír. Llevaba una camiseta blanca de tirantes, debido al calor que hacía y un colgante de cuerda negra alrededor del cuello, con el símbolo de la paz en gris. El pelo suelto, que acababa de echarse hacia atrás en un gesto muy típico de ella, le caía sobre los hombros. A pesar de la enfermedad y de la quimio, a pesar de todo, seguía siendo preciosa.
- Buenos días.
- Dime… ¿qué escribes?
Me senté en su regazo y empezó a forcejear conmigo para cerrar la libreta antes de que pudiera leer nada.
- He empezado un diario.
A pesar de que ya no forcejeábamos porque ya había decidido no intentar leerlo si no me dejaba, seguí sentada sobre ella, abrazándola.
- ¿Y no voy a poder leerlo?
- Algún día…
- ¿Algún día?
- Sí, el último día del año te lo daré.
- ¿El último día?
- Lo decidí ayer, cuando lo empezaba. Lo escribo para ti. Y el último día del año te lo daré, pase lo que pase. Pero tienes que prometerme que tú no intentarás leerlo antes, pase lo que pase.
- Te lo prometo.
- ¿Seguro?
La miré a los ojos y me di cuenta de que estaba hablando en serio.
- Seguro.
No volví a verla escribiendo ese diario. Ninguna de las dos volvió a mencionarlo. Supongo que para que nos fuera más fácil cumplir nuestras promesas. De alguna forma aquel día fue tan solo un sueño, un espejismo que vendría a mi mente en algunos momentos en el futuro. Pero intenté no pensar en ello o en lo que estaría escribiendo; por eso dejé aquella conversación en puntos suspensivos.
Ella no cumplió su promesa, porque no me dio el diario el 31 de diciembre; llegó a mis manos antes de ese día. Pero yo sí cumplí la mía y no leí ni una palabra hasta el día en que le prometí que lo haría.

lunes, 21 de junio de 2010

CAPÍTULO 25 (PARTE 2)

Once de la noche. Sábado. Vero y yo en el cine, viendo una mierda de película que ya llevaba una hora de duración y que no había conseguido que me riera ni una vez cuando, se supone, que el objetivo de una película cómica es hacer que el espectador se ría.
- ¿Nos vamos? – dijo Vero mirando hacia mí.
- Sí, por favor.
Bajamos las escaleras a oscuras y esperé a estar fuera de la sala para decirle:
- ¡Que coñazo de peli!
Se echó a reír.
- Estaba esperando a ver si decías algo de irnos, pero ¡Jesús! Ya llevábamos una hora y no aguantaba más, así que pensé: lo digo yo y punto.
- Menos mal, porque yo también estaba esperando a que dijeras algo…
- Y sabes por qué aguantamos toda una hora ¿no? – dijo mientras salíamos a la calle.
- Porque la chica estaba buena.
- Eeeexacto.
Ambas empezamos a reír de nuevo.
- Pero ya era demasiado coñazo – añadió – incluso aunque estuviera la chica.
- Ya.
- Y al fin y al cabo para ver a una tía buena te tengo a ti.
- ¡Vero!
- ¿Qué? ¿Ahora tengo que fingir que no lo eres? Y yo que pensé que estábamos en una sociedad abierta y todo eso…
- ¡Boh!
Me agarré a ella mientras cruzábamos la calle a modo de agradecimiento por lo que había dicho.

- Bueno ¿y tú cómo estás? – preguntó Vero cuando nos sentamos en una cafetería cerca del cine.
- ¿Cómo estoy de qué?
- ¿Creíste que no iba a darme cuenta del día que era, que iba a pensar que era una casualidad que me llamaras justo hoy para salir a hacer algo juntas?
- No sé a qué te refieres.
- Ya – dijo con tono irónico – Tampoco sabes que hoy es 5 de abril ¿no?
Suspiré. ¿Realmente creí en algún momento que no se iba a dar cuenta?
- Ok, tienes razón.
- ¿Por qué tratas de ocultármelo? Todos los años hacemos algo juntas este día y todos los años tratas de hacer cómo que no pasa nada.
- Porque no es fácil para mí.
Se levantó de su sitio y se sentó en el banco en el que estaba yo, a mi lado.
- Ya lo sé, Amy. Pero a estas alturas, después de tantos años juntas, también deberías saber que no puedes ocultarme nada y, sobre todo, que no tienes por qué hacerlo.
Intentó acariciarme pero tan pronto como acercó la mano a mi pelo me acerqué a ella apoyando la cabeza en su hombro y abrazándola.
- ¡Agh! Odio este día. No sé por qué pero siempre me afecta, por mucho tiempo que haya pasado, aunque ya lo tenga superado, en esta fecha siempre me parece que vuelvo a estar en el mismo punto que entonces – dije casi susurrando.
- Es normal que el aniversario de la boda de tus padres te afecte, aunque ya no estén juntos, aunque hace años que lo has asumido. Simplemente te pones a pensar en cómo habrían sido las cosas si no se hubieran separado, a mí me pasa lo mismo en el aniversario de los míos.
- ¿De verdad?
- Claro. La única diferencia es que yo ese día te llamo y te digo que estoy mal y necesito animarme en cambio tú haces como que no pasa nada, hasta que yo consigo sacártelo. Pero bueno, sabes que yo te quiero igual.
Sonreí, porque para bien o para mal, tenía razón. Pero lo cierto es que con esa frase Vero había resumido gran parte de mi carácter: por un lado tengo esa tendencia a no contarlo todo, o a tardar en hacerlo, a dejar que sean los demás quienes vayan descubriéndome (lo que a veces supone pérdidas de tiempo, malentendidos…); y por otro lado, es verdad que esa fecha me afectaba especialmente, no porque se hubieran divorciado, porque eso al fin y al cabo sucede en muchas familias, sino por lo que vino después (por los años de peleas, porque mi padre se fue de la ciudad, a cientos de kilómetros de aquí, por las situaciones incómodas, las navidades, cumpleaños, cenas, celebraciones, tristezas… no compartidos).
Porque siempre tuve claro que lo que más me había afectado en la vida no era que mis padres no estuvieran juntos, sino que mi padre no estuviera conmigo, que no se portara como un padre. Odiaba cuando después de que yo dijera que vivía con mi madre y mis hermanos o después de que siempre los mencionara solo a ellos, alguien me preguntaba “¿y tu padre?”. Odiaba tener que decir “no vive aquí”. Pero lo que más odiaba no era que no viviera aquí sino tener la completa certeza de que esas personas que preguntaban, con el tiempo, si se relacionaban conmigo, se darían cuenta de que él no solo no vivía aquí, sino que nunca estaba aquí, era una ausencia permanente en mi vida. Era como la entrada que conservas de aquel concierto al que al final no pudiste ir, como las fotos de anuario de los compañeros de último curso a los que nunca volviste a ver, como los sueños que tanto perseguías cuando eras niño y que no alcanzaste, como el momento que nunca lograste olvidar pero que nunca volvió a repetirse, como un final abierto que no es el que esperabas, como un libro sin acabar, como un borrón en una carta que nunca llegaste a descifrar, como un “te quiero” no escuchado o nunca dicho, como una voz olvidada por el paso del tiempo, como un viaje interrumpido. Siempre estuvo ahí, pero porque yo le tuve presente, no porque realmente estuviera. Fue una sombra de lo que debió ser. Y una sombra, permanente año tras año, puede dificultar tu visión. Tal vez ahora, años después, yo seguía sin ver las cosas claras.
Y lo cierto es que con mi padre tan solo recuerdo algunos escasos momentos memorables. Existentes, sí, pero escasos para tratarse de la influencia positiva de un padre en su hija durante 16 años y, sobre todo, lejanos. Recuerdos como el de habernos tirado por un tobogán de agua en un hotel, como el de ir cantando juntos canciones de Laura Pausini y los Back street boys en el coche cuando me llevaba a la playa, como el de un día en que aún estaba en casa y no tenía que trabajar y me cogió en brazos para jugar juntos al ordenador, como cuando me levantaba en el aire y bailaba conmigo o como cuando venía a recogernos para pasar el fin de semana juntos. Pero la verdad es que son vagos recuerdos que tal vez incluso estén idealizados por el paso del tiempo o que no sean del todo reales sino producto de lo que alguien me contó o de una foto.
Hace tiempo descubrí unas cartas que mi padre le escribió a mi madre cuando estaba de misión con el ejército en Bosnia. Mi madre las guardó por si algún día mis hermanos o yo queríamos leerlas, pero nadie sabe que lo he hecho. En ellas descubrí que cuando habla de cómo sonaba mi voz por teléfono o de cómo se acordó de mí cuando vio en una película que el peluche del niño se llamaba como mi primer peluche, Howie; mostraba una ternura enorme por la forma en que se refería a mí, por la forma de hablarle a mi madre. Nunca supo mostrarme esa ternura. Y siento que él ya no es esa persona y que, desgraciadamente, yo nunca llegué a conocerle cuando aún lo era. Pero, pese a quien pese y a pesar de todo lo que ocurrió después, en esos recuerdos escasos que conservo, él era un héroe para mí. No he llegado a entender cómo pudieron estropearse tanto las cosas, cómo llegó a ser tan solo una sombra. Como leí en Beatriz y los cuerpos celestes de Lucía Etxebarría: Imposible determinar a qué edades corresponden estos recuerdos. Imposible precisar en qué momentos se desgajó ese frágil cordón que nos unía. Imposible convenir cuándo tomé partido por mi madre y empecé a odiarle. Imposible averiguar hasta qué punto le quise, pero una semilla de dolor en el recuerdo me hacía sospechar que sí le quise mucho, cuando era muy pequeña, de esa forma absoluta en que todos los niños adoran a sus padres.

CAPÍTULO 25 (PARTE 1)

ABRIL 2009:
Había quedado con Britney en su casa para hacer juntas los deberes. Cuando llegué estaba sola. Llevaba un pijama puesto por la parte de abajo y una camiseta para hacer deporte.
- ¿Estás bien? – dije.
- Sí, solo cansada.
- Si quieres puedo irme y te dejo dormir,
Me agarró del brazo para que me acercase a ella y no me fuera hacia la puerta.
- Me gusta tumbarme en la cama cuando tú también estás en ella. ¿Puedes hacer allí los deberes mientras descanso?
- Claro.
Sonrió dulcemente agarrando mi mano para llevarme a la cama. Me senté apoyada en la cabecera de la cama y tapada con el edredón, mientras ella se tumbaba a mi lado. La dejé dormir unos veinte minutos intentando no hacer ruido o no moverme demasiado, mientras hacía los deberes.
Noté una mano en mi pierna. Miré hacia abajo. La vi sonriendo aún medio dormida. Me agaché para darle un beso en la mejilla, dejando que mi pelo cayera sobre su cara. Y entonces abrió los ojos. Nos quedamos un rato sin decir nada, simplemente mirándonos.
- No lo digas.
- ¿El qué? – preguntó sorprendida.
- Sea lo que sea no lo digas.
- No sabes lo que iba a decir.
- Ya. Pero tienes esa mirada… esa que pones cuando vas a decir algo que sabes que no quiero oír.
- Me conoces demasiado bien – por un momento creí que iba a acabar la frase ahí – pero quiero decirlo, aunque tú no quieras oírlo.
- ¿Por qué?
- Porque a lo mejor aunque ahora no quieras oírlo dentro de un tiempo mirarás atrás y recordarás que lo dije.
Se quedó callada unos instantes y empecé a tener curiosidad.
- ¿Qué era?
- Solo iba a decir que no quiero que nunca olvides este momento, esta sensación, lo que has sentido cuando me has visto despertarme y te has agachado a darme un beso.
Estuve a punto de echarme a llorar. Me levanté de la cama cabreada, sentimentalmente alterada y mientras daba vueltas sin sentido por la habitación empecé a hablar.
- ¿Por qué me haces esto? ¿No entiendes que cada vez que me hablas como si fueras a irte me rompes el alma?
- No puedo evitarlo.
- ¿No entiendes que es como una patada en la conciencia, que me jode un montón oírte decir eso… que el efecto es más fuerte que mil anfetas y trescientos tequilas?
Se levantó de la cama para encontrarse conmigo. Ahora yo ya estaba llorando. Y me contestó casi gritando.
- ¿Y tú no entiendes que necesito hacerlo? ¿Crees que me apetece, que me gusta sentirme así? Tú no sabes lo que es levantarte cada día luchando por vivir. Tú no sabes lo que es levantarte una mañana de la cama y no saber si volverás a acostarte esa misma noche.
Me acerqué un poco intentando agarrarla por el pijama para atraerla hacia mí, pero no me dejó. Siguió hablando:
- ¿No entiendes que nunca me perdonaría a mí misma no haberte dicho todo lo que siento? Para mí tampoco es fácil…
No aguanté más, me abracé a ella llorando y, entre lágrimas, creo que le susurré “lo siento” unas mil veces.

miércoles, 2 de junio de 2010

CAPÍTULO 24 (PARTE 3)

- Vale, aquí es. Ciudad distinta, continente distinto.
Nos habíamos parado delante de una fuente de piedra, con luces dentro del agua que como ya eran las nueve de la noche, estaban encendidas. Estábamos en la parte vieja de la ciudad, en la que las casas no eran demasiado altas y estaban hechas todas de piedra.
- Vamos a pedir un deseo – dije buscando en mis bolsillos a ver si llevaba alguna moneda.
Miró alrededor y a la fuente antes de aventurarse a decir:
- ¿La Fontana de Trevi?
- Exacto. Roma.
- Nunca había estado en Italia antes.
- Ni yo.
Se acercó a mí agarrándose a mi cintura, acomodando su cuerpo sobre el mío. Podría pasarme así horas.
- Pido uno por las dos – dije mirándola y levantando la moneda, pero sin soltarla a ella.
- Claro.
Evidentemente no lo dije en alto. No creía mucho en eso de que si dices en voz alta lo que deseas nunca se te cumple, pero era demasiado importante como para correr riesgos. Decirlo en voz alta, además, lo convertía en algo real. Cada vez que hablábamos de ello, que había una evidencia de que eso estaba ahí, se iba haciendo más y más real en mi subconsciente. Creo que por eso casi no hablábamos del cáncer. A veces lo afrontaba, como antes, en su habitación, cuando le pregunté si estaba teniendo efectos secundarios. Pero otras veces intentaba ignorar las señales… intenté no fijarme el día que dormimos en casa de Diego en esas heridas que se le estaban formando en la espalda, intenté no darle importancia cuando la veía irse corriendo al baño y la escuchaba vomitar, intenté no darme cuenta de que su cuerpo, ahora apoyado en el mío, estaba por momentos completamente agotado. Creo que el miedo, en algún momento, había empezado a jugar un papel importante en mi vida e, inevitablemente, en la suya también. Ella, que era la persona más valiente que había conocido. ¿Pero cómo no tener miedo?
“Que Britney se cure” dije mentalmente antes de tirar la moneda a la fuente. Lo repetí varias veces en mi cabeza mientras veía la moneda por el aire, mientras caía en el agua provocando unas ligeras ondas, mientras la veía hundirse y quedarse en el fondo de piedra.
Por suerte ella interrumpió mis negativos y masoquistas pensamientos.
- Ahora me toca a mí llevarte a un sitio.
La miré sorprendida pero asentí y dejé que me guiara.


Me llevó a la zona del río, y nos detuvimos en uno de los puentes que cruzan por encima el río.
- ¿Y bien? – dijo con expectación.
La miré y me fijé bien en donde estábamos para intentar averiguar donde quería hacerme creer que nos encontrábamos. Pero no tenía ni idea.
- Venga… ¿no lo reconoces? El puente sobre el río, totalmente iluminado, los barcos que surcan el agua y hacen un pequeño recorrido alrededor de la ciudad, llenos de turistas ansiosos por reencontrarse con sus sueños.
- ¿Con sus sueños?
- Con los sueños que tenían sobre esta ciudad, con la imagen que de ella se habían creado.
- Sigo sin saber dónde estamos.
- Las luces – continuó – el ambiente bohemio, el romanticismo…. ¿Cómo puedes no reconocer tu ciudad?
- París.
- París.
Bajamos del puente y comenzamos a pasear lentamente por la orilla del río, abrazadas.
- Te prometí que un día te llevaría de nuevo a París. Y hoy, que estamos aquí, tengo que decirte que siempre estaré en deuda con esta ciudad.
- ¿Por qué? – pregunté rápidamente.
- Porque gracias a ella volviste a creer en el amor, si no, tal vez, hoy no estaríamos aquí.
La agarré del abrigo atrayéndola hacia mí para poder besarla. Se acomodó apoyándose en la barandilla.
- Gracias por traerme Brit.
- Gracias por venir – Sonreí – Y además tenía que hacerlo, tú ya me llevaste a otras dos ciudades, había que compensar un poco.
- Cierto.
Intercambiamos una breve sonrisa antes de seguir nuestro paseo por París.

CAPÍTULO 24 (PARTE 2)

La llevé al parque más grande de nuestra ciudad, que tampoco es que fuera muy grande, pero era lo que había.
- Vale, ya estamos – dije una vez allí, mientras seguíamos caminando entre los árboles.
- ¿Ya estamos?
- Sí. Es aquí.
- ¿Y cuál es tu idea? ¿Qué querías enseñarme?
- ¿No lo ves? Mira a tu alrededor.
Se giró brevemente pero bastante confusa.
- Yo lo veo todo como siempre.
- ¿En serio? – Intenté hacerme la loca - ¿De verdad no lo ves Brit?
- ¿El qué?
- Todo.
Cogí suavemente su mano para apuntar con ambas manos juntas al horizonte.
- ¿No ves aquellos rascacielos enormes a lo lejos; brillantes, imponentes, sobrecogedores? – Apunté a propósito a un sitio en el que no se veía nada más que el cielo - ¿No ves a toda esta gran cantidad de gente paseando? – Me giré haciendo un gesto con los brazos; estábamos completamente solas - ¿No oyes a los músicos tocando a lo lejos, a los perros ladrando? ¿No oyes los murmullos de las conversaciones de la gente?
Soltó mi mano con una expresión medio sorprendida medio asustada. Me hizo gracia que mi actitud la estuviera desconcertando.
- ¿No ves estos árboles enormes? – proseguí – Éstos que salen en muchas películas; cuando el protagonista deportivo sale a hacer ejercicio, cuando la chica guapa pero con poco dinero pasea por aquí a los perros de otros y casualmente se encuentra al amor de su vida, cuando el típico niño rico recién salido del Upper East Side decide venir aquí a fumar un poco de hierba con sus amigos.
Al ver que seguía en silencio y con una expresión de diversión continué.
- Dime la verdad, ¿no ves esos lagos enormes, esas preciosas fuentes siempre en funcionamiento…? ¿No ves la pista de hielo, aún funcionando a pesar de que estamos ya empezando marzo?... ¿Aún no sabes dónde estamos? ¿En qué parque, de qué ciudad, de qué país?
- Estás loca – dijo riendo.
- Oh… ¿Me habré traído a este viaje a mi amante en vez de a mi novia?
- Idiota – me pegó suavemente sin dejar de sonreír – Sí, lo sé, Central Park, Nueva York, Estados Unidos.
- Menos mal… creí que habías perdido el avión.
Negó con la cabeza al aire como indicando que yo estaba completamente loca, pero me abrazó dos segundos después.
- Sé que es una tontería – susurré en su oído sin separarme de ella – y que algún día iré contigo realmente a todos esos sitios de tu mural, incluido Central Park, pero quería hacerte sentir durante un instante que ya estábamos allí, lejos de las preocupaciones, lejos de todo. Disfrutando de un sitio precioso.
Me besó entrelazando su mano con mi pelo.
- ¿Cómo se puede ser tan idiota y tan romántica a la vez? – dijo tras separarnos.
- Soy así… A lo mejor tenías que haberte fijado en otra chica más cuerda, más sensata, más realista o menos impulsiva.
- Me gusta que seas tú. Y me gusta haberme fijado en ti. Y ahora – dijo cambiando de tema y de tono de voz - ¿Seguimos nuestro viaje por el mundo?
- Claro. Aún quiero enseñarte otro sitio antes de que dejemos Nueva York.


Dimos la vuelta a la esquina y me paré.
- Aquí estamos – dije con los brazos abiertos abarcando la calle que estaba ante nosotras – Atenta a esta calle enorme, llena de teatros con grandes entradas y puertas. Estamos rodeadas de gente caminando, de taxis amarillos en la carretera…
Seguimos caminando.
- Mira – dije señalando sobre nosotras – son los grandes carteles de neón, luminosos, que anuncian el nombre de los espectáculos.
Justo en ese momento llegamos a la altura de dos cines antiguos, uno en cada calle, abandonados. En una de las cristaleras en las que antaño lucían los carteles del último gran éxito, ahora solo reposaba un viejo cartel, consumido y desgastado por el tiempo, de una película estrenada hace años.
- Es la calle del talento – proseguí – la calle del teatro, de los musicales, del espectáculo, de la magia ¿de?
- Broadway – dijo sonriendo y siguiéndome el juego.
- Eeeexacto.
Me cogió la mano y seguimos paseando un rato más por Broadway, admirando el lujo de una de las calles más famosas de Manhattan, pensando en la cantidad de talento que había pasado por allí, en que personas como James Dean, Katharine Hepburn, Orson Welles o Grace Kelly habían estado en ese mismo espacio en el que ahora nos encontrábamos, en esa calle que hace esquina con la 7ª avenida en Times Square, en uno de los mayores símbolos de Manhattan. Mientras, yo seguía pensando en nuestro próximo destino.

CAPÍTULO 24 (PARTE 1)

MARZO 2009:
- ¿Qué tal el examen? – preguntó Britney dulcemente cuando llegué a su casa.
Me había pasado los dos días anteriores estudiando así que no nos habíamos visto desde el día después a su cumpleaños, cuando hacia las diez de la mañana nos fuimos de la casa de Diego, antes de que sus padres volvieran.
- Creo que bien. Historia se me da bien.
Hizo un gesto con la cabeza mientras soltaba una ligera sonrisita.
- ¿Qué? – pregunté.
- A ti todo se te da bien, pequeña.
- Boh. Sí claro… ambas sabemos mejor que nadie que no todo se me da bien.
- No perdona, yo sé mejor que nadie que todo se te da bien – lo dijo con una sonrisa pilla en la cara así que no pude evitar reírme también.
La abracé tirándola despacio sobre la cama.
- ¡Au! – Lo dijo muy bajo pero la oí.
- ¿Estás bien?
- Me duele la espalda.
- ¿Y eso?
- Tengo una herida. Es por la quimio.
Me quedé pensativa. Sé que no habíamos hablado mucho del tema salvo lo necesario pero me di cuenta de que debía preguntar más a menudo si estaba bien, física y mentalmente.
- ¿Algún efecto más?
- No… solo cansancio y de vez en cuando dolor en los brazos o en las piernas.
La miré detenidamente. Intentando, tal vez, decir con la mirada más de lo que era capaz de decir con palabras.
- Abrázame – susurró.
Y al instante estaba sobre ella. Apoyando la cabeza en su hombro. Presionando mi cuerpo con el suyo todo lo fuerte que pude sin hacerle daño.
Cuando nos separamos nos quedamos un rato mirándonos sin movernos; ella sentada en la cama y yo prácticamente sentada encima. Durante un segundo observé su mural, lleno de sitios que no conocía y en los que ella tampoco había estado aún.
- Tengo una idea.
Me vino a la cabeza de repente. Intentando encontrar algo que la hiciera sentirse mejor.
- ¿Qué es? – preguntó curiosa.
- Ya lo averiguarás – le cogí la mano y la ayudé a levantarse – Venga, vamos.
- ¿Me la vas a enseñar ahora?
- Claro.
Una expresión de alegría iluminó su rostro. Me besó rápidamente mientras cogía su abrigo y nos dirigíamos a la puerta.