Nos levantamos del banco después de un rato. Yo aún estaba en shock. Ella parecía no haberse recuperado de un shock permanente y, sin embargo, parecía predispuesta a vivir la vida sin miedo y sin rencores. Parecía, pese a todo, feliz.
- ¿Cómo puede ser? – se giró sin saber muy bien a qué me refería yo. Me agarró llevándome hasta el tronco de un árbol, en el que nos apoyamos – No tienes miedo – susurré incrédula.
- ¿Por qué iba a tenerlo?
- ¿Y si pasa algo?
- He vivido.
Entrecerré los ojos con frustración intentando comprenderla.
- No me entiendas mal, Amy. No quiero que pase nada, no me quiero ir. Desearía no dejarte nunca, ni a mi familia, ni a mis amigos. – levantó la mirada poniéndola a la altura de la mía – Pero si pasa algo… he vivido. Es decir, he experimentado y he sentido y soñado y he amado. He intentado darlo todo a quien tenía que dárselo. Quiero seguir haciéndolo en los tres días que quedan para la operación. Y quiero que tengas claro que si he de irme me voy orgullosa, de mi, de ti, de mi vida; y que me habría encantado compartirla para siempre contigo.
- Será para siempre; pase lo que pase siempre estarás conmigo.
Me abrazó besándome el cuello y apoyando las manos en el árbol.
- Y tú conmigo.
Tras dar una vuelta por Pontevedra, fuimos a su casa y después a la mía a pedirle a nuestros padres que nos dejaran dormir juntas las cuatro noches antes de la operación: deseo concedido. ¿Qué padre en esas circunstancias no le habría dicho que sí a su hija?
Esa noche, cuando estuvimos solas planeamos escaparnos juntas el martes, a la casa que sus padres tienen en la playa. Secretamente preparé también una sorpresa que darle ese día.
- Ven – dijo sentándose al borde de la cama.
Me acerqué a ella dejando mis cosas en el suelo. Me quedé de pie justo delante y me abrazó, apoyando su cabeza entre mi pecho y el estómago .Me agaché para besarle la cabeza.
- Siento lo que he hecho – dijo sin separarse.
- Shhh. Lo importante es que lo hemos arreglado. Así que olvídalo, quiero disfrutar estos tres días para que cuando despiertes en el hospital después de la operación pienses en mí y sonrías.
Se levantó, sorprendiéndome. Y me abrazó ahora con más fuerza.
- ¿Vamos a la cama? – susurré después de un rato.
Como única respuesta ella se separó y me besó suavemente. Y sin poder evitarlo sentí que ahí empezaba algo nuevo, una carrera de tres días para llenarla de fuerza y amor antes de la operación, para empaparme de su olor y sus gestos, de su risa y sus besos, del sentimiento que con ella compartía; una carrera hacia lo desconocido y, tal vez, aunque me odié por pensarlo, hacia el adiós.
Cuando ese sentimiento me atravesó la agarré por el cuello y la besé con toda la intensidad que conocía, que mi cuerpo era capaz de transmitir. Y fue un poco como aquellas primeras veces que nuestros labios se juntaron, como aquel primer beso en el ascensor de mi casa. Solo que habían pasado varios meses y ella ya no era aquella chica casi desconocida por la que me sentía atraída. Ella era la chica a la que amaba, la chica con la que quería compartir todo lo que tenía y lo que era, la chica de mis sueños.
- Creo que nunca te lo he dicho – susurré tumbándola en la cama, acariciándola mientras besaba su cuello – conozco de memoria tu cuerpo, cada rasgo, cada lunar, cada cicatriz, cada marca… y cada historia que hay detrás de ellas.
Después de un instante añadí:
- Pero me gustaría ser parte de alguna de esas marcas.
Sabía que era lo más raro que había dicho en mi vida, pero por su forma de mirarme y porque no hizo ningún gesto de incomprensión, ella pareció entenderme.
- ¿Te harías un tatuaje conmigo? – dijo después de unos segundos.
Asentí.
- Mañana compro un permanente y durará unos días, después de la operación lo hacemos de verdad.
Sonreí.
No hizo falta que dijéramos sobre qué íbamos a hacerlo. Ambas lo sabíamos.
Se quedó dormida poco después. Estaba agotada y poco a poco se le fueron cerrando los ojos. Estuve despierta viéndola dormir, abrazándola, tratando de acompasar mi respiración a la suya, como si por eso fuéramos a estar más unidas. Solo entonces comprendí que lo que de verdad une a dos personas es que coincidan en el tiempo, sintiendo lo mismo el uno por el otro; que lo que de verdad me unía a Britney era que compartíamos un sentimiento; era yo la que en ese momento estaba despierta acariciándola con la mirada, pero podría haber sido ella y la escena hubiera sido igual, hubiera significado lo mismo. Nada podría unirnos más que eso.
Y entenderlo, de alguna forma, me reconfortó. Solo entonces me quedé dormida.
sábado, 16 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Entradas (Atom)