martes, 7 de junio de 2011

CAPÍTULO 32 (PARTE 8)

Me quedé quieta mientras se quitaba la ropa para meterse en el agua. Las luces de la luna brillaban sobre el mar y provocaban reflejos preciosos en su cuerpo desnudo. Recordé entonces, cada vez que la había visto desnuda, cada momento de intimidad compartida entre sonidos inarticulados y surcos de caricias. Recordé esa primera vez que hicimos el amor en la excursión, esa sensación repentina de estar unida a alguien de una forma que nunca antes había experimentado. Ese sentimiento de vulnerabilidad y control al mismo tiempo.
Nunca la quietud había provocado un movimiento tan intenso en mí.
- ¡¿Estás locas?! – grité.
- ¿Y quién no? – me respondió metiendo los pies en el agua – Además, las decisiones más importantes de tu vida se toman siempre con cierto grado de locura.
Me acerqué a la orilla para escucharla mejor y mientras ponía los brazos alrededor de mi cuello continuó su explicación:
- Hablar contigo el primer día que nos chocamos en el portal. Locura. Dejarte entrar en mi vida sin dudar aunque a penas te conociera. Locura. Decirte aquella primera vez que me gustabas. Locura. Mucha gente pensará que estamos locas, mucha gente lo habría dejado por cosas mucho más insignificantes que las que nos han pasado a ti y a mí, para mí son ellos los que están locos. Nunca habría dejado escapar a alguien como tú. Nunca habría antepuesto mis miedos o mi orgullo a nuestra felicidad compartida. Y quiero dejar eso claro por si el mundo se acaba en dos días, quiero que nunca dudes de que tanto si tengo la oportunidad de vivir muchos años más como si no, mis decisiones seguirían basándose en éste loco – dijo señalándose el corazón – ése que siempre me dijo que tú eras la decisión más temeraria y acertada de mi vida.
Adoraba esos extraños monólogos románticos que de vez en cuando le salían de la nada.
- Me alegro entonces de haber conocido a la persona más loca del mundo – dije antes de besarla.
Hay días, incluso meses de una vida en los que no ocurre nada que marque una diferencia, nada que te cambie para siempre, nada tan memorable que te haga sentir que siempre lo llevarás contigo. En cambio, hay horas de una vida que perdurarán para siempre. Esa noche pertenece al segundo grupo. Los momentos de esa noche los recordaría toda mi vida, los momentos de esa noche valen toda una vida.
Hicimos el amor en el mar, mientras sobre el agua flotaban un futuro y un pasado que rompieron contra las rocas de la playa, empujados por las olas. Acaricié su cuerpo sin apartar mi mirada de la suya. Y sentí cómo temblaba en mis brazos, cómo el mundo entero temblaba, cómo el agua, la playa, la luna, eran meros espectadores que podría haber sido remplazados por otros cualquiera. Porque lo importante era esa mirada que no se rompió hasta que ambas lo hicimos, esa sensación de estar justo donde y con quien deberías estar, ese cuerpo temblando en mis manos. “I was screaming: long live the look on your face”.
Si tuviera que elegir un solo momento que vivir de nuevo; al contrario de lo que pueda parecer, nunca elegiría ese, porque fue exactamente cómo debió ser, improvisado, irrepetible. Ni si quiera hizo falta que, como habíamos hecho tantas otras veces, nos dijéramos “te quiero” con respiraciones entrecortadas. Cualquier cosa dicha o hecha, más allá de las caricias y miradas, habría sobrado, habría estropeado aquel momento.
Y cuando ese momento pasó y nos devolvió a la realidad, mientras el mundo volvía a girar, supe que yo no volvía a él de la misma forma, que ya no era la misma. Sonreímos, apoyando nuestra frente la una sobre la otra y abrazándonos.
Y con un simple gesto le agarré la mano y la ayudé a salir del agua.
Nunca pensé en lo insensato que fue bañarse desnudas en el día anterior a una operación a vida o muerte. Nunca pensé en la muerte mientras hacíamos el amor en esa playa, sólo en la vida. Y en cuánto significaría ese recuerdo en nuestra vida, o en la mía si ella se iba. “May these memories break our fall”.
Nos duchamos con agua caliente al salir, para entrar en calor, y nos metimos en la cama. Hablamos durante horas, de todo y de nada, aunque nunca llegamos a hablar de aquel momento en el agua, ni yo tampoco lo quise así.
Y en algún momento, entre la noche y el amanecer, se durmió en mis brazos y yo poco después. Terminaba así ese martes lleno de emociones, en el que sólo existíamos ella y yo y un acto tan cotidiano como comer se convertía en una imagen grabada para siempre. Al despertar Britney volvería a casa y se operaría por la noche. Al despertar sería otro día y volveríamos a ese mundo en el que poco o nada influyen muchas de nuestras decisiones, en el que el azar puede hacer que una persona tenga cáncer y otra no, en el que podía marcharse para siempre.

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