martes, 27 de abril de 2010

CAPÍTULO 18 (PARTE 1)

Britney estuvo vomitando todo lo que quedaba de tarde y aún seguía mareada cuando la acompañé a casa y esperé hasta que se tumbó en la cama.
No dormí nada esa noche, era incapaz de conciliar el sueño sabiendo que ella estaba mal. Quería estar allí abrazándola para que durmiera, haciéndole compañía, ayudándola si se encontraba mal… pero no podía y eso me cabreaba muchísimo. Sus padres me habían pedido que me quedara en mi casa esa noche para dejarla descansar, además de que desde que sabían que estábamos juntas ni ellos ni mi madre nos dejaban demasiadas veces ir a dormir a casa de la otra.
Al día siguiente por la tarde fui a buscar a Vero a la estación del tren. Mientras iba caminando por la calle pensaba en todo lo que me había pasado en los últimos meses y en especial pensaba en dos cosas concretas: en que quería ir a ver a Britney para saber si estaba mejor (esa mañana no había ido a clase) y en aquello que me había dicho Vero que tenía que contarme antes de que su abuela se pusiera mal y tuviera que marcharse precipitadamente de la ciudad.
Justo cuando pensaba en Vero pasé por delante de una nueva tienda de chucherías y vi en el escaparate un paquete de sus caramelos preferidos, unos que son como gajos de limón. Instantáneamente se me dibujó una sonrisa en la cara al pensar que aunque fuera una chorrada a ella le haría ilusión que se los comprara, así que por verla sonreír entré a por ellos.
Cuando llegué a la estación el tren aún no estaba allí. Me senté a esperar y me cerré un poco más la cazadora, ya que empezaba a tener frío. Encendí el MP4 para intentar distraerme un poco y las melodías del último single de Lady Gaga, “Bad romance”, me hicieron compañía hasta que, por fin, vi a lo lejos como el tren salía del túnel y se acercaba al andén. Lo guardé rápidamente en el bolso mientras me puse de pie, ansiosa -¿tal vez demasiado?- por ver a mi amiga.
Cuando el tren se detuvo del todo la gente empezó a bajar poco a poco. Las caras desconocidas salían del tren y se abrazaban con sus familiares, amigos o parejas, mientras que otros que viajaban juntos seguían con su conversación y aquellos que no tenían a nadie esperándolos continuaron solos su camino hacia la salida de la estación. Una multitud de caras desconocidas, pero no alcanzaba a vislumbrar la única que quería ver.
Justo cuando empezaba a creer que me había equivocado al apuntar el horario del tren en el que venía, vi a Vero descendiendo las escaleras. Inconscientemente sentí un fuerte alivio, las cosas siempre iban mejor cuando ella estaba allí.
Me vio entre la gente sin que tuviera que hacer ningún gesto y sin llamarla; se quedó quieta un instante (apenas perceptible para los demás aunque sí para mí), me miró y poco a poco, como a cámara lenta, una sonrisa se fue dibujando en su rostro. Comenzó a caminar hacia mí arrastrando su maleta, sin demasiada prisa pero tal vez más rápido de lo normal. El fuerte viento que había ese día y que en la estación se notaba el doble le agitó el pelo en el aire, como si fuera un anuncio en el que una chica va desfilando mientras un ventilador le echa pelo hacia atrás. Fue una de esas escenas que, por una razón que en ese momento no alcanzas a comprender, se te quedan grabadas para siempre en la memoria.
Cuando por fin llegó a mi lado soltó la maleta y me abrazó, colocando sus brazos alrededor de mi cuello con demasiada fuerza.
- ¡Vero que me ahogas!
Aflojó un poco su abrazo, riéndose.
- Te he echado de menos – me susurró al oído.
Cuando después de un buen rato se separó de mí, vi que tenía lágrimas en los ojos y que alguna que ya se le había escapado se perdía en sus labios, pintados de un rosa pálido, casi imperceptible.
- ¡Ey! – Ahora fui yo la que la abracé con todas mis fuerzas – Venga… que solo has estado fuera tres días. En verano te fuiste muchos más al campamento – La solté por fin.
- Ya, pero ahora es distinto…
- ¿Por qué?
- No lo sé, me siento distinta, tal vez más débil, más dependiente. Solo sé que no podría estar todos esos días sin verte.
- ¡Venga ya…! – dije en tono de broma, quitándole importancia.
- Amy – dijo agarrándome del brazo para que me girara hacia ella – Te lo juro, no sé por qué, pero no podría estar tanto tiempo sin verte.
Hubo un extraño silencio mientras caminábamos hacia la salida.
- Me he reído de ti – dije sin parar de caminar – pero la verdad es que yo tampoco podría ahora estar tanto sin verte.
Me acerqué al taxi que tenía delante, en la puerta de la estación.
- ¡Ey espera! Prefiero ir andando – dijo Vero. Yo ya había abierto la puerta.
- Supuse que estarías cansada y además hace frío.
- Da igual, prefiero caminar contigo, así tenemos más tiempo para hablar – sonrió tímidamente.
- Ok, como tú quieras… Perdone – dije hacia dentro del taxi antes de cerrar la puerta. El conductor me hizo un gesto con la mano para indicarme que no pasaba nada.
Cruzamos la calle y se agarró a mi brazo para empezar nuestro trayecto hasta mi casa, que no estaba precisamente cerca.
- ¿Qué le pasó ayer a Britney mientras hablábamos?
- Se mareó – dije desviando la mirada – La quimio…
Lo entendió sin que tuviera que decir nada más.
- ¿Y hoy está mejor?
- No creo, no ha ido a clase. ¿Al llegar te parece bien si vamos a verla?
- Claro – me apretó un poco el brazo para darme ánimos.
- ¿Y qué tal tu abuela?
- ¡Puf! No sé, tiene días… a veces está perfectamente pero ayer por ejemplo se pensaba que yo era la chica de la limpieza.
Las dos nos echamos a reír.

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