viernes, 13 de mayo de 2011

CAPÍTULO 32 (PARTE 7)

Nos sentamos en la playa tras traer unos trozos de tronco de la casa de Brit (tenían unos cuantos guardados para la chimenea) e hicimos una hoguera. Hacía una noche estupenda. Parecía verano ya, aunque aún no hacía el calor agobiante propio de esas noches del año en que apenas puedes dormir.
-Dime- dijo sentándose en la arena al lado del fuego – si hoy pudieras estar en cualquier parte del mundo, ¿dónde elegirías estar?
- ¿A qué viene eso?
- No lo sé. Piensa en si fuera tu último día en La Tierra. ¿Dónde querrías pasarlo?
Dudé. Me pareció que ya no hablábamos de un caso hipotético sino de ella. Y contesté la verdad. A pesar del miedo que daba tan solo escuchar eso de último día en La Tierra. Desde siempre y aún hoy, me asusta casi todo lo que lleva último delante.
- Estoy exactamente donde quiero estar.
Sonrió.
- Yo también.
Y por un momento dude de la respuesta, porque parecía de alguna forma triste. Parecía estar en otra parte. Parecía que estuviéramos donde estuviéramos ya no estábamos solas, ni si quiera allí en esa playa vacía, parecía que siempre había un mundo entero lleno de problemas, despedidas y miedos entre nosotras, un mundo al que nunca quise pertenecer. Porque todo era más fácil cuando sólo estábamos ella y yo.
Surgió entonces esa parte insegura de mí misma, que me caracterizaba antes de conocerla, como un flashback de un tiempo en el que ella no existió, como el preludio de lo que podía estar por llegar.
Pero entonces recordé una frase: eres lo que los otros ven en ti.
Y si ella había decidido pasar su último día antes de la operación allí, sería por algo. Tal vez ella veía en mí más de lo que yo era capaz de ver, más de lo que yo nunca llegaría a ver.
“All the kingdom lights shined just for me and you. I was screaming long live all the magic we made”.
E imaginé cómo todas las luces del reino brillaban para las dos, imaginé cómo sería que la vida te sorprendiera poniendo todo a tu favor, cambiando las apuestas; imaginé la vida, simple y llanamente, nuestra vida; sin complicaciones fuera de lo normal, sin drama(aunque hay quien dice que una pareja lésbica no puede vivir sin drama), sin nada más que el simple y maravilloso día corriente, sencillo, cotidiano. Quería ser aburridamente cotidiana a su lado. Quería poder tener eso, todos los días, que hubiera un día en que estuviera acostumbrada a despertarme a su lado, que ya sin pensarlo hiciera café para dos cada mañana.
- ¿Sabes Amy? – dijo abrazándome – El mejor recuerdo de mi infancia es de un día con mis padres en el lago que estaba a cinco minutos de mi casa.
- ¡Cuéntamelo!
- Mis padres siempre me llevaban a pasear en barca al lago, pero ese recuerdo es del primer día que fuimos. Yo le tenía miedo al agua y no quería subirme al bote y me puse histérica y no me movía ni me acercaba a la orilla.
- ¡Que mona!
- Pero mi papá se metió en el agua, vestido, mojándose y jugando por la orilla para que yo viera lo divertido que era y perdiera el miedo. Y funcionó.
Se quedó callada. Grabé en mi memoria esa expresión en su cara. Me encantaba que me hablara de sus padres porque siempre tenía esa mirada cuando lo hacía. Y yo me preguntaba…si también la tenía cuando hablaba de mí.
- Ahora parece una chorrada, lo sé – siguió diciendo -. Pero esa fue para mí, desde siempre, la mayor demostración de cariño y de valentía que me habían ofrecido. Hasta que te conocí. Que a día de hoy sigas a mi lado es lo más valiente que veré nunca. Mi padre aquel día me salvó del miedo al agua, tú, al estar a mi lado pese a todo durante tanto tiempo, me salvaste de algo más importante, del miedo a la vida. Por ello, eres de hoy, mi nueva súper heroína.
Sonreí como una idiota. Y la besé.
- ¿Y tú eres la nueva Lois Lane?
- Nah. Yo soy más sexy.
Y con eso, sin más, se levantó y echó a correr hacia la orilla.

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