martes, 27 de julio de 2010

CAPÍTULO 27 (PARTE 2)

48 horas antes:
“Tenemos que hablar”
Leí una sola vez el papel que Britney me había pasado desde el pupitre de atrás. Pero la frase se repitió unas diez veces en mi mente. Tenemos que hablar. Es una de las peores cosas que se le puede decir a tu pareja, porque todo el mundo sabe que “tenemos que hablar” suele implicar algo malo. Me giré para verla y tratar de deducir algo pero no fui capaz de decir nada. Tenía miedo de saber de qué teníamos que hablar. No me pareció enfadada o desilusionada y ni siquiera triste. ¿Preocupada? Tal vez.
Tendría que esperar una hora más, a que acabaran las clases, para saber de qué se trataba. Durante esa hora los minutos parecían quedar suspendidos en el aire, como una hoja en otoño que se aferra hasta el último instante a su árbol, oponiendo cualquier atisbo posible de resistencia ante su inminente caída, ante lo inevitable que está por llegar. ¿Era yo la que me aferraba al presente, intentando detener el tiempo, o era el mundo? Fuera quien fuera inevitablemente el momento llegó.
- ¿Qué pasa? – dije mientras salíamos de clase.
- Aquí no. Te lo cuento fuera.
Tardamos cinco minutos como mucho en salir del instituto y llegar a un banco alejado, donde poder hablar a solas. Pero todo ese trayecto desde la clase al banco se me quedó grabado, como una película, como una anticipación de lo que estaba por llegar. Cinco minutos, tal vez menos, pero los recuerdo como a cámara lenta: salimos de clase y ella se agachó para coger su paraguas, pasamos por delante de los baños de los que salieron dos chicos haciendo el idiota, bajamos las escaleras y una amiga pasó a mi lado y me saludó, en la puerta del instituto dejé pasar a un profesor y luego salimos, miré el cielo nublado cuando estuvimos fuera, ella suspiró antes de sentarse en el banco. Miles de detalles enanos que configuraban tan solo mi recuerdo de cinco minutos de mi vida, de mi relación con Britney, pero de alguna forma siempre fueron cinco minutos simbólicos. Porque por su mano temblorosa cuando me pasó el papel, por la forma de evitar mi mirada cuando me giré, por cómo caminaba a mi lado intentando cuidadosamente no rozarse conmigo… supe antes de que aquella conversación empezara que algo así iba a pasar.
- Sabes que te quiero… - dijo, en lo que, sin duda, no era un buen comienzo.
- Y yo a ti.
Otro suspiro. Y seguía sin levantar la mirada, seguía evitando rozarme, seguía a kilómetros de allí.
- Pero necesito…
No lo digas. No lo digas. No lo digas.
- Necesito que lo dejemos – continuó – al menos un tiempo.
Me quedé helada. No lo entendía. Algo había pasado; algo que no alcanzaba a comprender; algo que había cambiado el presente, el pasado y el futuro; que había alterado el orden lógico de las cosas dando como resultado un mundo en el que David no venciera a Goliat, en el que los Beatles, los Rolling o Nirvana nunca hubieran tocado, en el que Armstrong nunca hubiera pisado la luna, en el que Julieta cuando encontró muerto a Romeo no se hubiera clavado un puñal para morir a su lado… un mundo sin rock, sin magia, sin esa cosa inexplicable y trastornadora a la que algunos llaman amor… un mundo sin ella a mi lado.
- ¿Qué ha pasado? – pregunté en cuanto pude reaccionar.
- Nada.
- Nada no. Me estás diciendo que quieres que nos demos un tiempo pero hasta hace nada todo parecía ir bien. ¿Qué ha cambiado?
- No lo sé Amy. Pero nos han pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo y a lo mejor no estaba preparada para tanto. Y el cáncer, no sé, me ha ayudado a darme cuenta de que solo tengo 17 años… y estoy en una relación estable, y me siento como si ya estuviéramos casadas y no sé si es lo que quiero – No fue por lo que dijo sino por cómo lo dijo; por ese tono despectivo, alejado y ajeno con el que definió nuestra relación.
- Pensé que esto también te hacia feliz a ti, que las dos lo queríamos.
- Pues tal vez te equivocaste – fue seca, cortante; no parecía Britney.
- Pero hace tan solo tres días pasaste la tarde en mi cama acostándote conmigo y hablando durante horas. Y creo que pocas veces te he visto tan feliz – inconscientemente sonreí ante ese recuerdo.
- Tal vez fingía.
Alaska, Suecia, Noruega, Rusia o Finlandia en pleno invierno a no sé cuántos grados bajo cero eran menos fríos que el jarro de agua que me cayó encima con esa frase. Pero al mismo tiempo una parte de mí se incendió; una que sentía impotencia porque notaba a Britney más alejada de mí que nunca, que sentía rabia por cómo me estaba tratando, que estaba cabreada con el mundo y con ella, pero sobre todo, que estaba confundida, que no entendía nada. Fuego y hielo. A la vez.
Me acerqué a ella.
- Britney ¿qué está pasando? ¿qué estás haciendo? – puse suavemente una mano sobre su pierna pero la apartó – sé que has pasado por muchas cosas y que no ha sido fácil pero no lo pagues conmigo, no me trates así, incluso aunque hayas dejado de quererme…
- Yo no he dejado de quererte – me interrumpió y por un instante, mientras dijo eso vi la duda brillando en sus ojos y lo que fuera que estaba pasando desapreció, lo que fuera que tuviera preparado estuvo a punto de desmoronarse y por un momento ella estuvo a punto de volver a ser la chica con la que llevaba meses saliendo.
Reduje poco a poco la distancia entre las dos y le acaricié levemente la mejilla pero justo cuando estábamos tan cerca que casi podía besarla, la nueva versión de Britney volvió a emerger y se apartó.
- Amy, de verdad, necesito tiempo para pensar.
No supe qué decir.
- Y tal vez – continuó - para quedar con otra gente.
- ¿Con eso te refieres a salir con otra gente?
- Sí.
Solté una risa irónica mientras me ponía de pie. Aquello era demasiado. Me faltaba poco para romper a llorar pero no quería que me viera así.
- No sé quién eres – susurré antes de irme.

40 horas antes:
- ¡Te suena el móvil! – me gritó mi hermana desde el salón.
Cogí la pepsi que había ido a buscar y fui corriendo hacia allí. Vero, Naira y yo estábamos viendo una de mis películas favoritas, La boda de mi mejor amigo.
- Era un sms – dijo Vero, que supuse que había reconocido la melodía que tengo para los mensajes.
Cogí el móvil de la mesa y lo leí sentándome en el sofá.
“Siento cómo te he tratado hoy. Pero sigo pensando lo que dije. Por favor, no me odies.”
Era contradictorio: por una parte me pedía perdón, pero por otra Britney no se arrepentía de lo que había dicho sobre nuestra relación y sobre salir con otra gente. Contesté lo único que tenía claro en ese momento:
“Jamás podría odiarte”

No hay comentarios:

Publicar un comentario